martes, 14 de julio de 2009

LOS HIJOS



Ser padres es tremendo. Es intenso. Es célebre. Es dificil. Es maravilloso. Es inexplicable.

Los hijos tienen la capacidad ciclotímica de llevarnos de un sentimiento extremo a otro en cuestión de segundos: del amor al odio y de vuelta al amor, de la felicidad a la tristeza, del blanco al negro y del "te adoro" al "te mato"... y todo sin escalas.

¿Quien no les ha gritado alguna vez hasta llorar de vergüenza (¿o a quién no le ha pasado como hijo?), y luego ha tratado de remediarlo durmiendo abrazada a ellos toda la noche en un rincón de la cama?.

¿A quién no le ha pasado de estar mirándolos y sentirse la mamá más orgullosa y acto seguido abrir el cuaderno de comunicados y querer ahorcarlos porque nos enteramos de que tenemos una cita en el cole para renegociar su estadía en el mismo?

¿A quién no se le salió un patito de la fila al escucharlos pelear antes de haberse levantado?

Pero en la vereda de enfrente están todas las satisfacciones que nos dan a diario y es ahi donde justamente nos olvidamos de todo lo anterior y nos convertimos en los seres más ambivalentes.

Ellos tienen capacidades únicas para con los padres.

Los hijos nos hacen crecer como personas, y nos dan incluso ganas de ser mejores personas.

Un hijo nos devuelve una imágen tan fuerte de uno mismo que uno no puede NO verla o ignorarla.

Pasa en las mejores familias... lo sabemos aunque no lo digamos.


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